lunes, 27 de diciembre de 2010

Hoy me pasé por la biblioteca para devolver unos libros (entre ellos, Un lento aprendizaje, de Pynchon) y traerme otros.

Iba con la idea de sacar uno de Danilo Kis. Llevaba meses detrás de ese libro, meses, en serio. Lo había encontrado en librerías por 15 euros pero no podía gastar tanto, así que cuando lo vi en el catálogo de la biblioteca me alegré mucho.
Pero cuando por fin hoy pude ir a buscarlo, lo dejé allí. Era una edición antigua y con la letra muy pequeña, con hojas amarillas y finas. Y encima era de tapa dura. Odio las tapas duras, no puedo evitarlo.
He pensado que con el dinero de navidades podría comprarme la edición que vi en la librería, pero ya tengo una lista inmensa de libros que deseo y no sé cómo reducirla.
Seguramente al final termine sacándolo de la biblioteca, cuando pasen los exámenes de enero y tenga más tiempo libre.

El libro era Enciclopedia de los muertos.

lunes, 29 de noviembre de 2010

→ Esos son los últimos libros que saqué de la biblioteca. El de Anaïs trae algunas imágenes de su adolescencia. Una pena que no pueda hacerle buenas fotos o escanear las hojas, porque son imágenes estupendas.
→ Ahora estoy leyendo el de Helene Hanff, junto con Underworld de DeLillo, pero con este último tengo que ir poco a poco porque son muchas páginas y una(s) historia(s) compleja(s) que parece(n) ir descubriéndose lentamente.
→ No se me ocurre qué más podría contar. Pronto comienza diciembre y tengo muchas ganas de navidad, pero sólo de pensar en los meses que vendrán luego (exámenes y más exámenes) me agobio demasiado.

miércoles, 27 de octubre de 2010

París no volvería nunca a ser igual, aunque seguía siendo París, y uno cambiaba a medida que cambiaba la ciudad.
París no se acaba nunca, y el recuerdo de cada persona que ha vivido allí es distinto del recuerdo de cualquier otra. Siempre hemos vuelto, estuviéramos donde estuviéramos, y sin importarnos lo trabajoso o lo fácil que fuera llegar allí. París siempre valía la pena, y uno recibía siempre algo a trueque de lo que allí dejaba. Yo he hablado de París según era en los primeros tiempos, cuando éramos muy pobres y muy felices.

domingo, 3 de octubre de 2010

En menos de dos semanas me marcho a París.
Se vive así, cobijado en un mundo delicado, y uno cree que vive. Entonces lee un libro (Lady Chatterley, por ejemplo), o va de viaje, o habla con Richard, y descubre que no vive, que está simplemente hibernando. Los síntomas de la hibernación se pueden detectar fácilmente. El primero es la inquietud. El segundo síntoma (que llega cuando el estado de hibernación empieza a ser peligroso y podría degenerar en muerte) es la ausencia de placer. Eso es todo. Parece una enfermedad inocua. Monotonía, aburrimiento, muerte. Hay millones de personas que viven (o mueren) así, sin saberlo. Trabajan en oficinas. Tienen coches. Salen al campo con su familia. Educan a sus hijos. Hasta que llega una brusca conmoción: una persona, un libro, una canción... y los despierta, salvándoles de la muerte.

Anaïs Nin, DIARIO I 1931-1934

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Hacía semanas (meses en realidad, desde el comienzo del verano) que no pisaba una biblioteca para otra cosa que no fuera estudiar páginas y más páginas de leyes. Esta misma semana fui a una y pude sacar unos cuantos libros aunque me costó decidirme y como sólo podía alquilar tres, me traje estos.














- Diario I 1931-1934, de Anaïs Nin
- El dolor, de Marguerite Duras
- Tres rosas amarillas, de Raymond Carver

Todavía no he podido empezar ninguno porque tengo que terminar uno de Patricia Highsmith (procuro no leer más de un libro a la vez -¡mezclo las historias y se me olvidan las cosas!-, y al final termino por dejar uno de ellos de lado), pero creo que elegí bien.

jueves, 5 de agosto de 2010

N.P.

Lo segundo que leo de Banana Yoshimoto. No lo empecé con muchas ganas, no voy a mentir. De hecho más bien estaba un poco predispuesta a que no me gustara (porque Kitchen no me pareció gran cosa), y a poner peros a casi cada párrafo del libro.
Sin embargo, ¡sorpresa! Lo estoy disfrutando mucho.

Es estupendo eso de dejarte llevar por una historia y que se te desmonte todo lo que pensabas antes de comenzar la lectura, para bien o para mal.

martes, 3 de agosto de 2010

En tierras bajas

Por entonces había muchas serpientes en la aldea. Desde el bosque atravesaban el río hasta los campos, de los campos pasaban a los huertos, de los huertos a los patios y de los patios a las casas. Allí se ovillaban de día tras las escaleras, y de noche se bebían la leche fría de los cubos.
Las mujeres llevaban consigo a sus hijos pequeños cuando salían a trabajar al patio o al huerto. Los metían en canastas de mimbre, entre mantas, y dejaban las canastas a la sombra de los árboles. Arrancaban manojos de hierba de los bancales con raíz y terrón incluidos. Tomaban aliento, volvían a escardar y sudaban.
Ella vivía a la orilla del pueblo. Aquel día estaba en el huerto y había dejado al niño en la canasta de mimbre, bajo el árbol. Junto a la canasta había una botella de leche. Estaba escardando la hierba del bancal de patatas. Olía a sudor. De pronto miró hacia el sol, puso a un lado el azadón y se dirigió al árbol.
La mirada se le vació, la ropa se le pegó a la piel. Se quedó paralizada. Levantó bruscamente al niño, sollozó y gritó, y mientras se tambaleaba sobre la hierba, la serpiente salió de la canasta arrastrándose lenta y perezosa por el suelo, y la mujer encaneció en cuestión de segundos.
En el huerto se quedaron el azadón y la canasta de mimbre bajo el árbol. La serpiente se había bebido la leche de la botella.
El pelo le quedó blanco a la mujer y la gente del pueblo tuvo por fin la prueba de que era una bruja.

miércoles, 28 de julio de 2010

les yeux bleus, cheveux noirs

Ella dormiría, dice el actor. Parecería hacerlo, dormir. Está en el centro de la habitación vacía, sobre sábanas blancas extendidas en el mismo suelo.
Él está sentado junto a ella. La mira intermitentemente.
Tampoco hay sillas en esta habitación. Sin duda él ha traído las sábanas y luego, acto seguido, una a una, puerta tras puerta, ha cerrado las demás habitaciones de la casa. Esta habitación da al mar y a la playa. No hay jardín.
Ha dejado ahí la araña de luz amarilla.
Sin duda no sabe exactamente el porqué de lo que ha hecho con las sábanas, las puertas, la luz.
Ella duerme.
Él no la conoce. Mira el sueño, las manos abiertas, el rostro todavía extraño. Los senos, la belleza, los ojos cerrados.Si hubiera dejado abiertas las puertas de las demás habitaciones, ella habría, sin duda, ido a ver. Es lo que él ha debido de pensar.
Él mira las piernas que descansan, lisas como los brazos, los senos. La respiración es igualmente clara, prolongada. Y bajo la piel de sus sienes, sosegadamente, el flujo de la sangre que late, aminorado por el sueño.
Exceptuada esta luz central de color amarillo que cae de la araña, la estancia está oscura, es redonda, se dirigía, cerrada, sin fisura alguna entorno al cuerpo.

domingo, 11 de julio de 2010

El mal de Montano

Hace tiempo que no escribía nada, pero quería dejar varios apuntes sobre algunos libros que he ido leyendo.


El mal de Montano, de Enrique Vila-Matas
Al principio me causó la misma sensación que lo primero que leí de Vila-Matas (París no se acaba nunca): me gustaba, tenía partes que me parecían enormes y estupendas, pero sin embargo creo que no llegaba a motivarme al 100%, no conseguía disfrutarlo como pensaba que debería.
Tal vez es que la estructura del libro era extraña; lo que parecía ser una cosa al principio, terminaba siendo otra parecida pero muy distinta.

Destaco la segunda parte ("Diccionario del tímido amor a la vida") porque en ella Vila-Matas -como siempre- nombra una gran cantidad de autores, es muy curioso este capítulo. Me hizo anotar algunos nombres que no conocía y que me dieran muchas ganas de volver a leer otros que sí.

Anoté unos párrafos -algo polémicos, ¿no?- porque me hicieron pensar que gran parte de la idea principal del libro estaba reflejada en estos:
Cené con los cretinos, escritores funcionarios de mierda, muertos. Esa raza de escritores, imitadores de lo ya hecho y gente absolutamente falta de ambición literaria, aunque no de ambición económica, son una plaga más perniciosa incluso que la plaga de los directores editoriales que trabajan con entusiasmo contra lo literario.
(...)
Aquella reunión no tenía nada de simpática ni de exótica ni de original. Era en realidad un congreso literario más de los muchos que hay esparcidos por el mundo de la corrupción.

Otros que destaco son El extranjero, de Albert Camus y Morfina, de Mijail Bulgákov. Especialmente este último me resultó muy humano y entrañable.

sábado, 20 de febrero de 2010

Recuento 2010

Enero
01. Darkly dreaming Dexter, de Jeff Lindsay
02. El extranjero, de Albert Camus
03. La larga marcha, de Stephen King
04. La bestia del corazón, de Herta Müller

Febrero
05. Lord of the flies, de William Golding
06. El mal de Montano, de Enrique Vila-Matas
07. Una historia: dos relatos, de Imre Kertész y Péter Esterházy
08. Pequeños cuentos misóginos, de Patricia Highsmith

Marzo
09. Morfina, de Mijail Bulgákov
10. Soy leyenda, de Richard Matheson
11. Libros de sangre I, de Clive Barker
12. Cartero, de Charles Bukowski
13. Kitchen, de Banana Yoshimoto

Abril
14. A sangre fría, de Truman Capote
15. Tokio blues, de Haruki Murakami
16. Ruido de fondo, de Don DeLillo
17. Lazarillo Z: Matar zombis nunca fue pan comido

Mayo
18. Los ojos azules pelo negro, de Marguerite Duras

Julio
19. Tell-All, de Chuck Palahniuk
20. En tierras bajas, de Herta Müller
21. Libros de sangre II, de Clive Barker

Agosto
22. Libros de sangre III, de Clive Barker
23. N.P., de Banana Yoshimoto
24. El tercer hombre, de Graham Greene
25. El cartero del rey, de Rabindranath Tagore

Septiembre
26. El arrancacorazones, de Boris Vian
27. Zonas húmedas, de Charlotte Roche
28. Azul casi transparente, de Ryu Murakami
29. El cuchillo, de Patricia Highsmith
30. Tres rosas amarillas, de Raymond Carver
31. El dolor, de Marguerite Duras

Octubre
32. Seis personajes en busca de autor, de Luigi Pirandello

EL SIMPLE ARTE DE ESCRIBIR

Carta a James Sandoe, 14 de octubre de 1949.

Ahora estoy leyendo “So little time”, de Marquand. Recuerdo, o creo recordar, que fue bastante maltratada cuando apareció, pero a mí me parece llena de ingenio agudo y vivacidad, y en general mucho más satisfactoria que “Point of no return”, que me resultó aburrida en su impacto total, aunque no aburrida mientras se la lee. También empecé “A sea change”, de Nigel Demis, que parece bien. Pero siempre me gustan los libros equivocados. Y las películas equivocadas. Y la gente equivocada. Y tengo la mala costumbre de empezar un libro y leer sólo lo necesario para asegurarme de que quiero leerlo, y ponerlo a un lado mientras rompo el hielo con otros dos. De ese modo, cuando me siento aburrido y deprimido, cosa que pasa con demasiada frecuencia, sé que tengo algo para leer tarde en la noche, que es cuando más leo, y no ese horrendo sentimiento desolador de no tener a nadie con quien hablar o a quien escuchar.
¿Por qué diablos esos idiotas de editores no dejan de poner fotos de escritores en sus sobrecubiertas? Compré un libro perfectamente bueno... estaba dispuesto a que me gustara, había leído sobre él, y entonces le echo una mirada a la foto del tipo y es obviamente un completo imbécil, una basura realmente abrumadora (fotogénicamente hablando) y no puedo leer el maldito libro. El hombre probablemente no tiene nada malo, pero para mí esa foto, esa tan espontánea foto con la corbata chillona desajustada, el tipo sentado en el borde de su escritorio con los pies en la silla (siempre se sienta así, piensa mejor). He pasado por esta comedia de la foto, sé lo que hace con uno.

Raymond Chandler, EL SIMPLE ARTE DE ESCRIBIR